Y
entre almuerzos de bisuterías, de joyas y de más accesorios, en la mesa
circular se presentaban historias, contaban mágia y otros hechizos que
vuelan a la gente en mil pedazos. Con la pierna cruzada y el vestido
enrollado, la emperatriz hacía del conocimiento de qué es lo que los
hombres hacen en el baño. No por suciedad, sino por miedo a que uno que
saliera del baño le tomara las delicadas manos, le diera un beso, la
invitará al trago, la llegará a abrazar y todo eso sin que él se hubiese
lavado las manos.
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