9.7.13

Y entonces

Y aquella vieja trapecista seguía en el aire, la vida no le importaba nada, la seguridad del arnés pegado a su cuerpo le bastaba. .

Suspirando como siempre cada vez que subía la inmensa escalera, la vieja trapecista hacia las misma acciones: veía arriba y pensaba que lo mejor es la subida no estar arriba. Después miraba sus manos y suspiraba por aquellas viejas intervenciones que le hacia el amado antes de subir al escenario. Se miraba los pies, era su deleite, a pesar de su profesión los pies eran lo más hermoso que tenía, no estaban deformados, y era la fuente de su juventud.

A media escalera, veía al público, con aquella intensión de perderse por segundos en ojos claros, verdaderos, a parte de los ojos de los niños, no encontró uno que valiera la pena. Sonreía pero para sus adentros lloraba por la cuestión de los ojos "tan vieja y sigo pensando y creyendo creer en lo mismo" eran sus pensamientos.

Camino a la cima en lo más alto. Se colgaba del trapecio, saltaba tres veces (la suerte del número tres siempre la acompaño desde su niñez) y a volar, se sentía libre.

La vieja trapesista era feliz, no encontró el "verdadero amor" pero al menos tienen un compañero de vida, que la ayuda. Los ojos claros y sinceros, siguen vivos, es aquel que cuida a los animales, mientras el circo está dormido y suspira siempre "Yo quise ser el mejor trapecista del mundo" Lentamente el león le lame la mano, sus ojos se llena de lágrimas, en el fondo de su ser sabe que siempre es de noche, la vista no le fue dada.