Cuando la vida se va en un proceso de antologías
incompletas, la soledad recurre a tu vida de forma frecuente, haciéndote un
espacio entre la almohada y la lámpara de gas exterminándose poco a poco.
Se sienta, toma el libro, y entre suspiros melancólicos, se
le va la vida, cual personaje de ficción de una novela de tintes románticos,
donde lo que más abunda es la poesía. Y se sienta, fija, meditabunda entre el
mar de plata y el anillo guardado en la gaveta, suspira, y más que suspirar
siente la atracción fatal de saltar a la camina y ver las estrellas.
Es de noche.
Junto con el viejo libro, se pone a pensar en que es lo que
estaría pasando aquel individuo que le marchito su corazón, tanto tiempo ha
pasado, que la noche estrellada le recuerda que vive sola, sin nada más que
hacer ni pensar que en él, aquel que se ha ido.
Suspira nuevamente, la casa grande está deshabitada y solo
quedan las fotos en la sala principal, el viejo aguacatal le recuerda cómo pasa
el tiempo, pues ya no usa almanaques ni reloj, solo la vida y los impulsos
animales de comer a la hora indicada.
Se ve, se siente, se vuelve a tocar la cara y ve como las
arrugas hacen surcos irreparables en la mente de la situación nefasta, ya no es
joven, es anciana, es bella.
A lo lejos el teléfono suena a la misma hora, siempre es la
misma voz: “Hola patoja” y empiezan así las conversaciones de cómo le va en el
día, en la noche y si ya comió, ya no le queda más vida, que sus viejos libros
y la llamada a las 6 de la mañana y 6 de la tarde.
Suspira, sola, quieta, recoge el libro con la dedicatoria de
amor que le fue dada el día de su boda, la gran boda del pueblo. El amante
cobarde se esfumó tras la última banca, la boda se celebró. No fue feliz, es
más ni el día de la boda estaba feliz, las lágrimas que salen en la foto no son
de alegría, sino de tristeza, aunque a sus nietos siempre le dice lo mismo “estaba
muy feliz, el día de mi boda con tu abuelo era el día más feliz de mi vida…”
era mentira.
Como dije, el amante que le regaló el libro se esfumo en la
última banca, la fiesta fue grande y ella lloraba en cualquier momento, en cualquier
lugar del gran salón “No lo puedo creer, me case con el hombre que siempre he
amado” mentira.
40 años después cuando quedó viuda, el amante furtivo volvió
y le dijo “hola”, convivieron una semana, hablaron de la vida, de lo que le
paso, ya no había sexo, solo compañía. Pero recordando el último adiós de ese
día, que ambos no olvidaban. Paso la noche. Leyeron juntos aquel libro de
poesía. Partió en la mañana del sábado, su avioneta se estrelló debido a la
tempestad, la promesa de volver se desvanecía y en la cara de la vieja dama,
las lágrimas brotaban nuevamente.
Es de noche, a luz de la lámpara del jardín vuelve a leer el
viejo libro de poesía, son 50 años que vive sola desde que enviudo, las páginas
se han borrado de tantas lágrimas. Es de noche, la silueta vieja aparece en la
venta. Suspira. No cree. No ama.