21.6.13

El viejo libro de poesía



Cuando la vida se va en un proceso de antologías incompletas, la soledad recurre a tu vida de forma frecuente, haciéndote un espacio entre la almohada y la lámpara de gas exterminándose poco a poco.

Se sienta, toma el libro, y entre suspiros melancólicos, se le va la vida, cual personaje de ficción de una novela de tintes románticos, donde lo que más abunda es la poesía. Y se sienta, fija, meditabunda entre el mar de plata y el anillo guardado en la gaveta, suspira, y más que suspirar siente la atracción fatal de saltar a la camina y ver las estrellas.

Es de noche.

Junto con el viejo libro, se pone a pensar en que es lo que estaría pasando aquel individuo que le marchito su corazón, tanto tiempo ha pasado, que la noche estrellada le recuerda que vive sola, sin nada más que hacer ni pensar que en él, aquel que se ha ido.

Suspira nuevamente, la casa grande está deshabitada y solo quedan las fotos en la sala principal, el viejo aguacatal le recuerda cómo pasa el tiempo, pues ya no usa almanaques ni reloj, solo la vida y los impulsos animales de comer a la hora indicada.

Se ve, se siente, se vuelve a tocar la cara y ve como las arrugas hacen surcos irreparables en la mente de la situación nefasta, ya no es joven, es anciana, es bella.

A lo lejos el teléfono suena a la misma hora, siempre es la misma voz: “Hola patoja” y empiezan así las conversaciones de cómo le va en el día, en la noche y si ya comió, ya no le queda más vida, que sus viejos libros y la llamada a las 6 de la mañana y 6 de la tarde.

Suspira, sola, quieta, recoge el libro con la dedicatoria de amor que le fue dada el día de su boda, la gran boda del pueblo. El amante cobarde se esfumó tras la última banca, la boda se celebró. No fue feliz, es más ni el día de la boda estaba feliz, las lágrimas que salen en la foto no son de alegría, sino de tristeza, aunque a sus nietos siempre le dice lo mismo “estaba muy feliz, el día de mi boda con tu abuelo era el día más feliz de mi vida…” era mentira.

Como dije, el amante que le regaló el libro se esfumo en la última banca, la fiesta fue grande y ella lloraba en cualquier momento, en cualquier lugar del gran salón “No lo puedo creer, me case con el hombre que siempre he amado” mentira.

40 años después cuando quedó viuda, el amante furtivo volvió y le dijo “hola”, convivieron una semana, hablaron de la vida, de lo que le paso, ya no había sexo, solo compañía. Pero recordando el último adiós de ese día, que ambos no olvidaban. Paso la noche. Leyeron juntos aquel libro de poesía. Partió en la mañana del sábado, su avioneta se estrelló debido a la tempestad, la promesa de volver se desvanecía y en la cara de la vieja dama, las lágrimas brotaban nuevamente.

Es de noche, a luz de la lámpara del jardín vuelve a leer el viejo libro de poesía, son 50 años que vive sola desde que enviudo, las páginas se han borrado de tantas lágrimas. Es de noche, la silueta vieja aparece en la venta. Suspira. No cree. No ama.

4.6.13

Jacinta

Caminando río abajo, Jacinta encontraba recuerdos perdidos, situaciones olvidadas y un par de piedras que estorbaban su camino.

Caminando río abajo, Jacinta iba pensando en tantas estupideces como el tiempo y la memoria comprendían. Sabía perfectamente que en el momento en que se internó en el bosque, la última lágrima había brotado de su ser. Se perdía entre las selvas y las ideas pertinentes de un amor imposible.

Sabía perfectamente, que la vida no era color rosa, sin embargo, siendo su color favorito, adornaba cada situación en un degradé rosa que iba desde lo más fuerte hasta lo más débil, llegando casi al blanco. La vieja cámara de fotos era testigo de eso cada vez que modificaba la fotografía por falta de rosa.

Pero en fin, caminando río abajo, Jacinta se metía en escudos de plata envueltos en aromas de jazmines con toques del característico moho del bosque. Era su lugar predilecto, los recuerdos y las sensaciones vividas le recordaban cada pequeño y misero amor. Siempre caminado río abajo, se encontraba en su mejor actuación.

Jacinta como ya se ha dicho, y no lo volvemos a decir donde estaba caminando, seguía inmiscuida en la situación lúgubre del corazón partido y la mente destrozada tras la figura de amistad que ejercía día a día con el posible amor de su vida, recordemos que hay darle un toque rosa.

Pero, lo que entendía el día de hoy Jacinta, era que caminando río abajo, se encontraba sus pasiones, sus promiscuidades y sus besos plantados en la orilla del pie, del largo camino de situaciones escépticas que terminanban en una noche de sexo fantástico, con un toque rosa claro esta.

Llegó a donde termina el río, o al menos esos pensaba ella. Abrió la bolsa que traía consigo y no reparo en sentarse a tomar un botella de vino, ella sola, sentada ahí viendo el río terminar, según ella, con esa pequeña duda en ella que sabía que no estaba sola.

La sombra poco a poco la alcanzó, la alzó en brazos, le dio un beso en cada mejilla y le susurró al oído:
"llorando nuevamente por otro fracaso amoroso. Tranquila amor, la vida pasa mientras se termina tu botella de vino".